La matanza
es un acontecimiento especial que hunde sus raíces en la tradición serrana,
reuniendo a amigos y familiares en torno al cerdo ibérico.
La matanza
del cerdo es un procedimiento habitual de sacrificio de uno o varios cerdos con
el objeto de aprovechar su carne y a menudo para proporcionar embutidos durante
un año para la alimentación de una familia. La matanza es una costumbre popular
existente en diversos países europeos, generalizada desde tiempos remotos y
realizada de forma artesanal, con diversas peculiaridades en función del lugar
en que se celebra. Se efectúa una vez al año, generalmente coincidiendo con los
meses más fríos del invierno. Suele tener un lado festivo y de celebración,
además del económico.
El día de la
matanza se desayuna una o dos horas antes de que amanezca y generalmente se
hace un desayuno fuerte ya que el día de la matanza suele ser duro y se trabaja
rápido; hay personas que suelen acompañar al desayuno alguna bebida alcohólica
de alto grado como un aguardiente.
La sesión
comienza apenas salido el sol: entre las 9 y las 10 de la mañana. Antiguamente se pesaba el cerdo en romana para saber su peso, actualmente se sacrifica directamente.
El matarife va provisto de un gancho con el cual engancha al cerdo por la mandíbula y lo lleva hasta el banco de madera. Junto con el matarife con su cuchillo se sitúan: quienes sujetan al animal con unas cuerdas; y varias mujeres y niños con cubos para recoger la sangre —que se empleará posteriormente en la elaboración de las morcillas— y dotados de cucharas para removerla para evitar que se cuaje. El cerdo chilla desesperadamente durante esta fase y puede oírse desde lejos, lo cual es muestra de su fuerte dolor. Es muy importante para conseguir una buena calidad final de los productos del cerdo el adecuado drenaje de la sangre del animal.
El matarife va provisto de un gancho con el cual engancha al cerdo por la mandíbula y lo lleva hasta el banco de madera. Junto con el matarife con su cuchillo se sitúan: quienes sujetan al animal con unas cuerdas; y varias mujeres y niños con cubos para recoger la sangre —que se empleará posteriormente en la elaboración de las morcillas— y dotados de cucharas para removerla para evitar que se cuaje. El cerdo chilla desesperadamente durante esta fase y puede oírse desde lejos, lo cual es muestra de su fuerte dolor. Es muy importante para conseguir una buena calidad final de los productos del cerdo el adecuado drenaje de la sangre del animal.
Una vez
muerto el animal, se procede al socarrado, quemando la superficie exterior del
mismo; para ello se sitúa el cerdo para eliminar el pelo de la piel; después
con la ayuda de un tipo especial de cuchillo, que está hecho totalmente de
madera, se raspa la piel para desprender los restos de los pelos chamuscados y
dejar la superficie perfectamente alisada (en algunos sitios se empleaban
adicionalmente cepillos o incluso trapos, antiguamente de lino; hoy en día la
herramienta más utilizada es el cuchillo con hoja de acero, no demasiado
afilada).
A
continuación se abre el cerdo y se retiran las vísceras por completo,
recogiéndose cuidadosamente. Parte de ellas, sobre todo los intestinos y el
estómago se reservan y se limpian de los contenidos que había dentro. Esta
operación se realiza generalmente por las mujeres de la familia que todas
juntas se dirigen al arroyo o fuente más cercano y limpian en él toda la
suciedad (hoy en día generalmente se limpian en casa, al disponer de agua
corriente). No se trata de una operación agradable ya que el olor, el intenso
frío y la humedad están presentes durante el proceso.
El picado de
la carne se realizaba el día después, ya que prácticamente la totalidad del
cerdo se dejaba colgado de una viga, oreando,o en el suelo de la casa para que
enfrie la carne durante la noche posterior a su sacrificio.
Por la
mañana se comenzaba con el trabajo, utilizando cuchillería especial y muy
diversos recipientes, algunos de ellos casi específicos de la matanza Así,
cortando y despiezando se iban distribuyendo las partes del cerdo a diferentes
'especialistas': los que salaban los jamones y las paletillas, los que picaban,
sazonaban y añadían el ajo para los chorizos, los que adobaban el lomo, los que
ponían en salazón el tocino y los que cocinaban los trozos restantes para la
concurrencia de personas que trabajaban ese día.
Se asaba en la
lumbre la presas y coratos, y se acompañaba
con un buen vino de de la tierra, el vino joven de ese año.
La
extracción de la grasa tenía lugar en la tarde del segundo día, se metían los
mantos de grasa en calderos al fuego y se fundían; se extraía el líquido en
tinajas de barro, empleadas posteriormente para hacer chicharrones o en la
conservación de trozos de carne, chorizos o lomos. Parte de la grasa se
empleaba en la producción de jabón.
La operación
de embutir los chorizos solía comenzar a partir del segundo día de matanza, y
podía durar entre uno y dos días, dependiendo de la cantidad de carne
disponible. Se empleaba para ello una máquina especial que mediante presión
introducía la carne picada en la tripa de cerdo. Generalmente la máquina era de
un vecino adinerado, que la prestaba y tenía la suerte de ser invitado para
observar este proceso en casa de los vecinos. Era habitual que en casas de
gente adinerada, con poca práctica en la preparación de los productos del
cerdo, se contratara a una mujer -o varias- a la que se conocía con el nombre
de chacinanta.
El tercer día
se salan los jamones y paletas.
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